26 de abril: día de la visibilidad lésbica
- Mar Segura Berenjeno
- 29 abr 2018
- 4 Min. de lectura
26 de abril, día de la visibilidad lésbica. Una lucha que en pleno siglo XXI todavía necesita luchar para normalizar su motivo de ser. Una lucha sin sentido, llena de reproches, de miradas impertinentes, de insultos y de incomprensiones. Pero llena de amor, de mucho amor.
Son un poco menos de las siete de la tarde, la calle comercial de la ciudad de Lleida está en calma o en ruido, míratelo como quieras. El hecho es que no hay nada más allá de lo común que te haga parar el ritmo al caminar. Un día corriente, sin más. Un padre que sujeta la mochila de su hijo mientras el pequeño se come un buen bocadillo de jamón. Dos amigas que al bajar el escalón de una tienda sacan de la bolsa los dos vestidos que se han comprado y se los vuelven a enseñar. Tres señoras de avanzada edad sentadas en un banco con la pierna derecha cruzando la izquierda. Un hombre que grita desesperado el nombre de Mico a un Beagle que se entretiene con todo lo que se encuentra por el suelo. Nada que llame la atención en particular.
Plaza Sant Joan, un espacio con bares y cafeterías que corta la larga calle comercial en dos. Es el sitio donde parece que toda la gente de la Calle Mayor se concentra, se amontona, se explica cómo le ha ido la tarde, qué planes tienen para mañana y para el fin de semana. La iglesia de tocho gris se muestra imperante delante de la plaza llena de vida si no fuera por el color de los edificios y el suelo que la acogen, también gris y apagado. Espera, una bandera de colores cuelga de la entrada de Lo Marraco, el mejor bar de vermuts de la ciudad de Lleida. Seis colores, una causa y ningún tabú: LGTB.

Bar- cafetería Lo Marraco. Autora: Mar Segura
Un chico no muy alto anima a todo aquel que pasa por delante del local que entre a escuchar y participar en el recital de poesía que está a punto de empezar. “No os lo dejéis perder, va que vale mucho la pena, entrar todas”. Es Lorien, forma parte de Colors de Ponent, una asociación LGTB que se quiere hacer escuchar y romper con los estigmas impuestos por la sociedad. Lleva ropa muy ajustada, tacones negros, labios rojos y unos pendientes de aro muy grandes. “Ei Paula, parece que va a ser un éxito. Tendremos que hacer un segundo encuentro” –se abrazan y sonríen. Paula es la camarera del local. Todavía tiene la voz grave pero su larga melena rubia y sus gestos no dejan entrever rastro alguno de masculinidad.
Dentro del local cuatro paredes pintadas de color morado acogen a una veintena de personas dispuestas a matar la palabra “normalidad”. “Tu realidad no es más normal que la mía. Despierta, yo no soy anormal”. Así es como se inicia una de las integrantes de Colors de Ponent. No se dirige a nadie de la sala, sino a un colectivo muy amplio que existe fuera de esa pintura morada. Un colectivo vacío de principios y falto hasta la medula de respecto por aquellos que son diferentes a él. La chica no lleva pendientes, lleva el pelo rapado al 0 y viste un largo vestido negro. “Hoy es 26 de abril, oficialmente el día de la visibilidad lésbica. Pero nuestra lucha quiere dar guerra cada día hasta que llegue ese 26 de abril donde no será necesario reivindicarnos por ninguna causa. Mientras ese momento no llegue, seguiremos gritando, juntas y fuertes. Por las lesbianas, por los gays, por los transexuales, por los bisexuales Para hacer callar las voces de los que nos gritan y nos faltan al respeto, para gritarles más fuerte y decirles que ya no tenemos miedo”.

Interior de Lo Marraco. Autora: Mar Segura
No hace falta ser la causa para defender la causa. Las sillas están ocupadas por chicos, mujeres de avanzada edad, madres sin niños y niños con sus madres.
Antes de empezar a hacer rodar el micrófono por la sala, la misma chica anuncia que a las ocho se terminará el recital ya que creen necesario dar apoyo a una manifestación espontánea que se ha organizado con el fin de mostrar el rechazo a la sentencia de La Manada.
Esto ya ha empezado, la dueña del local coge un libro de poesía y con una sonrisa de oreja a oreja y seguridad en cada gesto, empieza: “Con paso de gigante entro en vuestras clínicas, en vuestros dispensarios, en vuestras escuelas, en vuestros quirófanos. Entro en vuestras bibliotecas y engullo uno a uno todos los manuales que utilizáis para darle nombre a mis emociones, mi piel, mi carne, mi sangre mi templo. Donde oran las profanas, las desahuciadas de la fe, las perversas y las anormales. Atraco vuestras farmacias a punta de pistola e ingiero vuestras soluciones para el ojo.”
Cada vez son más los participantes que piden su turno, cada vez son más las sonrisas, los asentimientos de cabeza y los gritos de reproche al unísono. El recital termina con la promesa de que se celebrará una segunda parte dado su éxito.
La gente empieza a salir de la sala todavía con los cabellos de punta y una impotencia que quiere gritar hasta callar los insultos de aquellos quienes por normalidad solo entienden su condición. El último en salir del local es Lorien. “Creo que nuestra lucha es imprescindible en nuestra sociedad. Todavía nos queda mucha faena, pero estamos hiendo por el buen camino”-comenta con la chica de la cabeza rapada. “Yo no soy chica, ni lesbiana –sigue. Me considero un género fluido. No soy hombre ni mujer. Soy lo que quiero y cuando quiero. Soy transgénico, para hacerlo fácil”.
El colectivo se dirige hacia la Plaça de la Paeria, el núcleo donde se dará inicio a la manifestación para denunciar la sentencia de La Manada. “Ninguna agresión sin respuesta”, se escucha cada vez de más cerca.
Mar Segura Berenjeno
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